miércoles, 24 de julio de 2013

Nicole M. Cartier, parisina por un mes.



No sé bien desde cuando, pero siempre quise ir a vivir a París. Tenía ese sueño, quería sentirme parisina, vivir en la ciudad. Los años pasaban, atravesaba diferentes etapas y cosas en mi vida, pero siempre, en algún lugar muy especial, mi sueño parisino esperaba a ser cumplido. Y como suele pasar con los mejores momentos de la vida, llegan cuando uno menos los espera. Así llegó mi viaje a París. En un mes resolví todo: los pasajes, alquilé un departamento, e incluso me anoté en un curso de francés intensivo en la Alianza Francesa de la ciudad más francesa del mundo.
Tal vez esto le pasa a todos, pero a mí me pasa que nunca sé lo que estoy haciendo cuando decido hacer algo, no soy consciente de lo que me está pasando mientras me pasa, pero igual sigo adelante. Y así fue con mi viaje a París. Sentía que no estaba tan maravillada como creía que iba a estar mientras lo organizaba. Por mi cabeza rondaba una frase que una vez leí por ahí: la expectativa es enemiga de lo real.
Llegó el día del viaje, el armado de la valija, la espera en el aeropuerto, la despedida, el vuelo transatlántico, el aterrizaje en suelo francés, la gente desconocida hablando un idioma muy diferente al mío, el frío otoñal parisino de Noviembre… y yo todavía no me daba cuenta de la enormidad de lo que estaba viviendo. Tomé el Orly Bus que me dejó en la estación Denfert-Rochereau, punto de acceso a diferentes lugares de París. De ahí subí a un taxi con destino a mi departamento en el 79 Rue des Entrepreneurs, del arrondissement 15. El conductor, muy parisino él, no sabía una gota de castellano. Recién ahí empezó a subirme la adrenalina por el cuerpo, tratando de hablar algo del poco francés que sabía, tratando de descifrar lo que el taxista me preguntaba. Y en ese vaivén de emociones cada vez más revolucionadas, el taxista giró en una esquina y frente a mis ojos, a través del parabrisas, la vi. Una sensación de felicidad gigantesca me revolvió la panza como en la montaña rusa y cada fibra de mi cuerpo se erizó conmovida. Tenía frente a mis ojos la Torre Eiffel, inmensa, imponente, tan icónica y tan cliché. Pero al mismo tiempo, la sentí tan mía, tan personal, tan real y palpable… era la materialización de mi sueño parisino. Y ahí comprendí que París, mi ciudad en el mundo, me estaba concediendo mi deseo. Yo, Nicole de acá, de Buenos Aires, sería parisina por un mes.