martes, 16 de septiembre de 2014

Platón

Envuelta en intimidades ajenas, descubrí despierta que lo soñado no es suficiente. Sentí dejarlo todo y descreer, aunque una voz que sabía me dijo que no. Sumergí mis ideas revoluciondas en agua hirviendo y la sangre como siempre empezó a borbotear. Pero ya no crujía lastimada ni ardía en la carne viva. Pensé y pienso aún, tal vez ya tomó ese color azulino de la muerte, tal vez ya no es ese carmín líquido que otras veces sentí morir. Me seducía morbosamente la idea de llamarlo con ese nombre secreto, el de ellos, esos en los que yo no entro. Son años, noches, un universo platónico en el que mi estrella no nació. Irme sería sensato, pero esa sensatez en mí no cabe. Callar, ignorar, cantar alegría aparente para no desestabilizar el mundo dorado. Eso que lo hagan otros, yo no. Me cambia por completo la existencia, y el espacio se pone vicioso, y mi alma se transparenta idiota ante todos los ojos intrigados. Pésima intérprete de la felicidad barata. No concibo en mi estancia la contención estúpida de la verdad. Debí haber recordado que soy ruinas reconstruidas de pasados de cristal. Pero una vez más la aguja de metal se encarga despiadada de romper mi fragilidad. Al fin de cuentas soy sola, íntima, mía. Así ahora y acá, así en la amarga eternidad. Aunque me beses y me abraces, a tu mundo privado no puedo entrar.

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