En
mis tardes de amores olvidados, me canso de mirarlos a todos con los
ojos atenuados. No sufro penas desmedidas, son más bien tramos
cortos de dinamita entretenida. Es la hora que pasa a contramano,
queriendo desmechar el velo de mis años. A la vuelta de la vida, uno
sabe que no hay tanta rebeldía. Me hundo en sinsabores y saldos, que
son en realidad mentiras trazadas con risa. Uno es tarde y es prisa.
O acaso son mis pasos que los encuentro en espinas de caricias.
Llueven tiras de almas rotas y confundidas sobre mi cabeza. Me
pregunto si son ellas las que me darán la bienvenida. Se cansa uno
de tanto renacer. Pero sin quererlo una y otra vez lo vuelve a hacer.
Más allá aguardan los destinos, insensatos y desprolijos. Mis oídos
se derriten al mancharse con palabras de metal, frías y cortantes,
disfrazadas de autoridad. Todos dicen saberlo todo, yo creo que
tienen gusto a agua. Podrida.
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