Uno
de esos locos desorbitados. Que no sabe ni calla cuando todo está
salado. Uno de esos pobres mares ordinarios. No por común ni
olvidado, sino por el sarro de los labios. Y es visto sin prejuicio.
De amor y calma y precipicio. No está hecho de alquimia, es producto
del viento frío. Que es cuerdo y desquiciado, a la vez, como blanco
y manchado. Sigue en su ruta de papel, con pies de lazarillo joven y
mal nutrido. Con miedos inventados, de poco tiempo y mal gastado. Sin
dientes afilados, para cortar el ruido que no sabe hacer. Grita y
calla y su voz es de cenizas. Porque nada más que trizas son sus
risas. Un loco desahuciado. Que de llantos de desidia calmó con
placer. De rehacer siempre supo, sin nada absoluto tener. No porque
no tenga, porque no sabe querer. Ni eso, ni de posesiones gratis sabe
comer. Tierno loco mentiroso, que de lluvias vive sin perder. No por
audaz, por capaz. Es fácil su perder. Suma restas que lo van a
someter. Uno de estos días amarillos su capa de fiselina va a
decaer. Capaz por audacia un tormento enemigo lo haga ver. Difícil
tarea, imposible de una vez. La esperanza, loco irrespetuoso, es lo
último que has de perder.
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